El mundo que nos rodea es tan complejo y tiene tantos matices que para poder desenvolvernos en él necesitamos llevar a cabo pequeñas trampas. Aglutinamos unas cuantas características que vemos comunes en situaciones, lugares, personas, etc., y creamos un esquema básico que nos ayuda a conducirnos por el mundo sin perdernos en un caos de información y estímulos. Ahora bien, esos esquemas son superficiales, solo nos sirven de guía y es a lo que llamamos estereotipos.
Cuando juzgamos a una persona en base a ese estereotipo es cuando estamos llevando a cabo un prejuicio, que generalmente, implican consecuencias negativas para nosotros o para los demás, o parten de consideraciones que infravaloran capacidades o características o que consideran a estas últimas como algo negativo. En este sentido, cuando hablamos de personas mayores, es muy posible que aparezcan multitud de estereotipos y prejuicios: “necesitan ayuda”, “son lentos”, “están tristes”, “se les olvidan las cosas (chochean)”, “dicen cosas raras”, “son aburridos”, “hablan raro”, etc.
Si nos dejamos llevar por esos prejuicios, que se engloban dentro de una forma de discriminación denominada edadismo (discriminación hacia una persona como consecuencia de su edad), podemos estar pasando por alto algo que realmente si es importante, como los primeros síntomas de una demencia y, concretamente, de la enfermedad de Alzheimer. Para hacer una buena distinción, debemos saber qué es el envejecimiento normal y qué es el envejecimiento patológico, algo que abordaremos más adelante. Hoy lo que nos ocupa es que sepamos cuales son los signos a los que debemos atender sin camuflarlos como “cosas de la edad»
Signos del Alzheimer
Olvidos: no saber dónde han dejado algo, no recordar información recientemente aprendida, nombres nuevos, dar/pedir la misma información varias veces. Este tipo de olvidos, que a todos nos puede pasar en algún momento, son relevantes si el recuerdo no sobreviene pasado un rato de forma espontánea o mediante una clave y si es frecuente, por ejemplo 3 veces en semana.
Desorientación temporal y/o espacial: Pueden no saber dónde están o cómo llegaron allí ni que momento del día es. La desorientación temporal es la forma más frecuente. No se trata solo de no saber bien si es jueves o viernes, si no de no saber bien en que momento del mes estamos o si es principio de semana o final y, sobre todo, no poder hacer una asociación lógica para llegar a determinar el día que es, por ejemplo: “no se que día de la semana es hoy, pero se que antes de ayer mis hijos vinieron a comer a casa y eso lo hacen los domingos, por lo que hoy es martes”. A veces, no tener una rutina como la que tenemos cuando estudiamos o vamos a trabajar hace que nos desorientemos (pensemos en nosotros mismos estando de vacaciones…), pero rápidamente podemos llegar a la conclusión correcta. Si tampoco es posible hacer este razonamiento, entonces es un signo al que es necesario atender.
Dificultad para planificar y resolver problemas: recetas, cuentas, soluciones a problemas. Puede camuflarse bajo el “es que es lento ya” o el famoso “ay el abuelo como chochea” y no se trata de lo uno o lo otro. Es cierto que cuando envejecemos nuestra velocidad de procesamiento y de reacción se hacen más lentas, pero pueden ser igual de efectivas. El signo a tener en cuenta es cuando, siendo una actividad que antes manejaba con facilidad, como planificar una comida familiar realizando todo lo necesario para ella, se convierte en algo tedioso y se escapan algo más que detalles o, incluso, puede llegar a llamarnos pidiéndonos ayuda con un estado de nervios importante.
Lenguaje: Dificultad para encontrar el nombre de algo, para seguir una conversación, fallos de denominación, saltar de un tema a otro sin motivo y sin poder retomar el anterior, etc. Todo son signos a tener en cuenta y, nuevamente, como ocurren con una frecuencia inusual.
Desatender aspecto físico y aseo, repetir vestimenta, no reconocer prendas nuevas. Esto último suele ser un signo muy común y atiende al primero de los puntos que se han comentado.
Pérdida de iniciativa (trabajo, ocio, quedar con amigos, realizar tareas domésticas). Es un signo, nuevamente muy común, de los más importantes y también de los más obviados, pues es muy sutil. Al principio, se sirven de toda la ayuda que se les brinda o de la que piden y, poco a poco, somos nosotros quienes asumimos esta función, dejando de realizarla la persona interesada.
Cambios en el humor, la personalidad o el carácter: inquietud, tristeza, irascibilidad. es habitual que parezca que se enfadan con rapidez, que no aguanten a los niños corriendo y gritando por la casa o al perro ladrando. También es habitual que en reuniones familiares veamos que se aísla de la conversación y se queda con la mirada perdida, como ausente, o bien que acabe gritando pidiendo silencio. Ello, posiblemente, atiende a que los recursos de que disponemos habitualmente para hacer frente a tanta estimulación se ven limitados.
Pensemos en dos vasos vacíos, uno con capacidad para 500ml y otro para 200ml. Antes con una botella de 500ml podíamos llenar el primero, ahora, con esa botella, si la vierto entera en el segundo, este se desbordará. Lo mismo ocurre con los recursos atencionales: la bebida sería la estimulación, la demanda ambiental y el vaso, la capacidad que tengo para hacerle frente a tanta demanda.
En general, primeros signos serán todo aquello que nos llame la atención tanto si lo vemos en nosotros mismos como en un familiar o amigo. Lo importante, como siempre, es acudir a un especialista, explicar lo que ocurre y llegar a alcanzar un diagnostico de la forma más precoz posible, para poder ir trabajando con la sintomatología que se vaya presentando lo más tempranamente posible.
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